Theo Angelopulos, Wim Wenders, Victor Erice y Lars Von Trier descendieron las escaleras del patio de butacas de la sala del Centro García Lorca junto a Iratxe Fresneda, que abría la sección Vibraciones con Lurralde hotzkak (Tierras Frías), la segunda parte de una trilogía en construcción. La referencia a estos directores no es casual, su película realiza pequeños homenajes a lo largo de todo el metraje: “Pasé diez años estudiando el cine de Lars von Trier, los estereotipos de mujer criticados en su cine”. Sin embargo, haber leído y estudiado cine no ha sido un obstáculo a la hora de contar la película, que traspasa todo lo académico y pone la eterna pregunta – ¿qué es el cine? – una vez más contra las cuerdas.
El lirismo de la película, escrito en sonetos de nieve y rincones invisibles para los turistas que pisotean las ciudades que visita, no adormece al espectador con una simple nana de imágenes bellas. Fresneda hace una declaración de intenciones cuando, recién comenzada la película, nos muestra un plano que recoge la zanja donde se ha encontrado una fosa común del franquismo. “Las películas deben molestar, aunque se aun poco. Ser una china en el zapato”. La directora habló durante el coloquio de la necesidad de un cine que deje al espectador entrar a la pantalla y colaborar en la película. “A mí me gustan las películas que me dejan libertad, que me dejan navegar (…) Así, cuando sales de la película, sigues viéndola”
No hace falta que Iratxe Fresneda se defina como profesora de cine para ver, en su manera de hablar sobre su filme, que es una transmisora de conocimientos nata. La directora nos habló de cómo quiso estudiar el cine por dentro, perseguirlo, cazarlo y presentar lo estudiado y descubierto ante la tribu. “Me parecía muy importante trasladarlo a la práctica, a lo artístico, para que mis alumnos y alumnas lo vieran”. Fresneda es una espeóloga del cine, una colonizadora de esas fronteras inhabitadas en las que solo los valientes se atreven a clavar una bandera, una bandera blanca en la que cada espectadora o espectador puede escribir su propia historia. Entre aplausos nos despide con un consejo que queda flotando en la sala mucho después de que la multitud la abandone. “Se cierra todo. Ahora, a vivir”.