‘Reunión’ y ‘Letters to Paul Morrissey’, dos cartas de amor que pasaron por Vibraciones

Reunión nace de lo más profundo del alma de una persona, de un deseo de reconciliación con el pasado que convive en cada uno de nosotros y que, aunque nos empeñemos en negar, sigue ahí por mucho tiempo que pase. Ilan Serruya lo resuelve usando dos herramientas cinematográficas comunes, pero no por ello menos efectivas: el silencio y el simbolismo.

Reunión es una película silenciosa, o mejor dicho, vacía de palabras. No se dicen más de cinco líneas en todo el metraje, el resto son sonidos procedentes de la naturaleza y algo de música. Esta herramienta resulta un reto para el espectador por su osadía, ya que no es nada común enfrentarse a una experiencia tan desnuda de elementos. Con ello, el espectador se ve sorprendido en el momento en el que se descubre a sí mismo analizando sus pensamientos, sus distintos contextos y emociones reflejados en la relación de Ilan y su propio padre. Consiguiendo así algo sorprendente: hacer que un espectador tremendamente acostumbrado a la palabra se encuentre, de repente, navegando entre sus propios silencios.

Por otra parte, nos encontramos con una cinta que, despojada casi totalmente de la palabra, debe de apoyarse en la imagen y en el simbolismo de una forma plena. El agua estancada de una piscina, el agua que fluye de una catarata, la naturaleza indómita de Madagascar, un mechón de pelo que cae frente al espejo, un padre y un hijo en silencio, un espectador que se replantea una y otra vez sus relaciones, un padre que le corta el pelo a su joven hijo. Silencios.

Letters to Paul Morrissey de Armand Rovira está compuesta por cinco historias que plantean diferentes temáticas que son universales a todos los seres humanos: el existencialismo, las adicciones, la rutina, el amor y la futilidad de la belleza. Todos los personajes tienen algo en común: envían cartas a Paul Morrissey (uno de los colaboradores habituales de Andy Warhol) con distintas intenciones, pero la mayoría de ellas son el desahogo y el intentar calmar un desasosiego vital intrínseco al ser.

Estas sensaciones se transmiten en cada uno de los capítulos en los que se divide la película, junto con el propio dolor que invade las vidas de cada uno de los protagonistas de estos pequeños fragmentos de historia. Sorprende la propia estructura de cada una de las cartas, alternando una línea narrativa en tres actos con la ausencia de desenlace. Además, otro de los hechos que añade valor al relato es la variabilidad de idiomas y situaciones que nos plantea la cinta, desde una actriz estadounidense fracasada a una chica japonesa que lleva escuchando un tono durante toda su vida y que descubre el amor en la voz de una joven que le impide oír ese sonido, pero todas ellas tienen un componente en común: el dolor.

Aún así la cualidad que destaca por encima de la propia narrativa son las sensaciones que transmite su uso del sonido y la imagen, repleto de influencias y citas cinéfilas que nacen del propio apartado técnico de la obra, rodada en 16mm y  blanco y negro. Solo algunas de las cualidades que ayudan a que el espectador se sienta atrapado en estos relatos desde el minuto uno.

Javier Rodríguez