¿VAMOS AL CINE?
Puede parecer una pregunta trampa, pero en realidad es una pregunta que hemos dejado de hacernos. Una expresión que formaba parte de nuestro día a día y que se ha visto reemplazada, como tantas otras experiencias colectivas, por nuevas formas más agresivas de consumo. Audiovisual o no.
¿Cuáles son las causas por las que la asistencia a las salas ha disminuido severamente tras el confinamiento? ¿Se debe exclusivamente al cambio de modelo provocado por la irrupción de las plataformas? ¿Es un hábito que hemos dejado atrás porque nuestro modo de vida ha cambiado debido a la pandemia? ¿O los motivos ya se encontraban en la progresiva desaparición de los cines de los centros de las ciudades y su desplazamiento a los centros comerciales situados en la periferia?
El cine, además de ser todavía una industria muy poderosa, es un ritual. Y como tal cuenta con sus feligreses. No desaparecerá. Al menos no de momento. Pero su lugar privilegiado como centro de la vida pública ha cambiado para siempre. Si dejamos de ir al cine, ¿dónde vamos a ir ahora? ¿Dónde irán a parar las imágenes? ¿Dónde está ahora el cine?